lunes, 28 de julio de 2008

Elocuencia sin arte: el nuevo hábito de Power Point

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De una forma prácticamente generalizada, los expertos en comunicación y retórica han señalado el empobrecimiento que ha tenido lugar en numerosos escenarios de interlocución a partir del surgimiento del programa conocido como Power Point. Esta herramienta de la tecnología, compañera indiscutible de la globalización y plataforma decisiva de Macintosh y de Microsoft para abaratarle al usuario el esfuerzo de realizar una presentación, pulula entre las empresas, las escuelas y universidades, las oficinas de gobierno, facilitando que todo tipo de proyectos, iniciativas y secuencias de conceptos se resuelvan con la aparente claridad y nitidez de una ordenada escenificación audiovisual. La popularidad del instrumento es innegable, pero también lo es la frecuente banalidad expositiva a la que su uso suele someternos, de manera que no sorprende la generalización de aquella frase que sostiene que “si usted no tiene nada interesante que decir, dígalo ordenada y lentamente con un Power Point”.
El sarcasmo no es gratuito. A partir de 1987, fecha en que se pone en marcha este programa, y teniendo un crecimiento formidable en los años noventa gracias a la popularización de este instrumento entre los usuarios mundiales, hemos visto proliferar todo tipo de presentaciones donde se cortan y se pegan textos enteros que se vuelven ilegibles al ser proyectados; oradores tautológicos que nos repiten palabra a palabra lo que ya está en la pantalla y que ya sabíamos (Power Point karaoke, le llamamos); aburridos movimientos de diagramas, flechas y párrafos que tienen el afán de impresionar a un público que solo ve la fallida pretensión; estereotipadas y pobres imágenes clip art que no hacen sino restar la poca credibilidad y paciencia que de por sí ya no abundan ante la proliferación de este popular invento de la prestidigitación audiovisual. Muchas prácticas fraudulentas suceden desde su invención, como cuando los usuarios arman un “material audiovisual” sin mayor esfuerzo o inteligencia que la de copiar diagramas, escanear imágenes y reproducir al infinito esquemas de dudosa calidad conceptual, pero que a ser transmitidos por el ineludible cañón de video (otro de los dispositivos que ha subido formidablemente sus ventas a raíz de la popularización del programa) parecen volverse totalitarias e incontestables. El Power Point sin embargo es un programa bastante sencillo, permite producir una gran cantidad de presentaciones en poco tiempo, y su formato y sus efectos permiten crear con cierta facilidad la apariencia de una argumentación sostenida.
Tema interesante para la retórica, desde luego. En primer lugar porque el fenómeno habla de una continuada necesidad de la oratoria en nuestros días, apoyada esta vez por eso que todavía nos gusta llamar –un poco mistificadamente a estas alturas- “el uso de nuevas tecnologías”. El Power Point sin embargo implica un costo en esos escenarios de la persuasión, ya que como toda tecnología condiciona el modo en que pensamos, hablamos y comprendemos. Como su nombre lo indica, su planteamiento fundamental consiste en proponernos que toda deliberación se puede resolver reduciendo el argumento a sus puntos mínimos, pretensión más bien positivista que lo que produce es una fragmentación de los contenidos, una elisión de los mecanismos de enlace entre una idea y otra (inhibiendo así las condiciones para hacer inferencias y verificar la lógica de la exposición) y subordinando la coherencia de la tesis que se expone al impulso de las pulsaciones que deben dar paso, una tras otra, a las láminas sucesivas (gesto que a menudo implica borrón y cuenta nueva cada vez que aparece la lámina siguiente). Todo ello, sumado a la poca pericia de la mayoría de los expositores, confiados en la mágica transformación que parece prometerles el instrumento –ensoñación que se esconde subrepticiamente en la palabra Power que da nombre al programa- y al gran número de opciones estilísticas extremadamente naif que se pueden escoger en las barras de dispositivos predeterminados –y que pueden generar una gran gama de cándidos efectos en el modo de hacer aparecer las frases, las imágenes o los diagramas- arrojan los frustrantes resultados que señalamos antes. Es decir, el programa hace posible desarrollar mucha elocuencia para una pobre invención argumental, o sea, grandi-locuencia, una elocuencia sin arte.
No se puede pedir más a un programa que, en realidad, estaba diseñado originalmente para vendedores. Pese a ello, es de esperarse que, como comienza a suceder con las nuevas versiones, el instrumental del Power Point comience a contemplar los otros muchos escenarios en los que el programa es la base de las exposiciones. Sin embargo el programa de suyo contiene la tendencia inherente a la configuración light de la deliberación, facilidad que pareciera tener ventajas pero que encierra también muchos riesgos. En un artículo esencial sobre el tema, titulado “The rhetoric of power point”, Jans E. Kjeldsen subraya la tendencia a la poca consistencia cognitiva que encierra la retórica implícita del programa y recuerda una de las más relevantes experiencias en donde el Power Point motivó conclusiones inconvenientes o equivocadas para los EU, cuando el Columbia explotó en el momento de regresar a la tierra. Los ingenieros de la Boeing provocaron el desastre del Columbia y la falla estuvo en la insuficiente explicación que habían recibido los astronautas respecto a los procedimientos cruciales que se tienen que contemplar par reingresar la nave a la atmósfera, los cuales habían quedado poco claros: el instrumento que se había utilizado en el entrenamiento era una presentación en Power Point (experiencia que ha sido documentada en el Columbia Accident Investigation Board. 2003. Report volumen 1, August 2003.)
Esas inconsistencias provocadas por el optimismo imprudente que nos generan estos instrumentos tecnológicos que encumbran la apoteosis de la llamada era del “diseño de la información” explican, entre otras cosas, porqué en el campo de estudio de las humanidades, donde la interpretación es un eje relevante de trabajo, el uso Power Point es poco frecuente y generalmente no muy bien admitido, mientras que sucede lo contrario con las áreas más relacionadas con la administración y los negocios (en el Área de Diseño de mi Universidad, en el Posgrado por ejemplo, es frecuente que los alumnos se titulen utilizando una presentación en Power Point, cometiéndose no pocas veces inconsistencias conceptuales que sin embargo pasan inadvertidas dada la vertiginosa instrumentalidad del programa). Pero es innegable que no será haciendo una crítica del programa como mejorarán las cosas, éste seguirá estando ahí. Más bien, como señala Kjeldsen, es momento de que pensemos el problema no tecnológicamente, sino retóricamente. Necesitamos, dice el autor, que los usuarios del Power Point adquieran destrezas retóricas específicas para utilizar el programa, esto es, que puedan tener una visión crítica de la situación discursiva en la que se harán las presentaciones, una comprensión de la posición y las creencias previas de la audiencia y una destreza para organizar la disposición de las partes de una argumentación, no olvidando que el propio orador y su solvencia para organizar oralmente su exposición seguirán siendo la pauta para lograr una exposición efectiva, haciendo que el audiovisual sea un elemento de apoyo. Debemos pensar que los elementos visuales pueden no ser –como se cree ya comúnmente- un factor de degradación del conocimiento, sino que pueden contribuir a la calidad cognitiva de una exposición si se hacen funcionar adecuadamente para construir las reglas de coherencia, de construcción, de focalización y de significatividad que son las que dan calidad a un discurso.
Veamos a continuación algunas propocisiones que pueden enriquecer nuestra conciencia retórica frente al programa:

1. Deseche en principio la idea de que utilizar el Power Point dará más realce a su presentación. La mayoría de los auditorios entra ya con cierta desconfianza a este tipo de escenario, y sabemos ya que los efectos pueden enmascarar argumentos de sospechosa consistencia.

2. Evite utilizar los efectos predeterminados, al menos los más naif, que restarán credibilidad al argumento, así mismo, evite utilizar las imágenes clip art que están disponibles en el programa, los cuales hacen ver poco seria la calidad del orador.

3. Haga una evaluación crítica de la tipografía así como de la composición reticular de las frases y palabras. Las fuentes encarnan un ethos, y debe cuidarse la coherencia entre las formas elegidas y el carácter del tema del que se habla.

4. Considere que el Power Point es un programa de baja resolución, de modo que al ser proyectado los índices cromáticos y de definición son muy inferiores a lo que vemos en nuestra pantalla personal. Teniendo esto en cuenta, elija las imágenes, los tamaños y colores de los tipos facilitando un contraste suficiente para que puedan ser leídos con comodidad. También considere previamente las condiciones de luz (a veces muy variables) en las que será hecha la presentación.

5. No utilice demasiadas palabras por lámina, ya que de lo contrario la visión se saturará, en todo caso sírvase de los elementos editoriales (alineamientos, interlineados, sangrías, cajas, numerales, etcétera, para establecer las jerarquías y diferenciaciones adecuadas, siempre y cuando sean distinguibles en la pantalla). Tampoco cree por ello presentaciones enormes, de varias decenas de láminas. El texto de la presentación no es para ser leído, sino sólo debe servir de apoyo a una deliberación oral, que de suyo debe ser bien sustentada. En todo caso lea sólo aquéllos conceptos clave que necesite fijar en la memoria del público.

6. Haga una deliberación crítica previa de la disposición argumental que seguirá, asegurándose de que la secuencia tenga una lógica lo suficientemente solvente para ser entendida, creída y retenida en el momento de la exposición. La retórica antigua partía del esquema donde comenzamos por una exordio (introducción al tema, donde abrimos la disposición del público y le permitimos saber los objetivos a los que queremos llegar) una narración (exposición de los hechos) una deliberación (ponderación de los argumentos, donde requerimos hacer varias focalizaciones, definiciones, ejemplificaciones, etcétera) y un epílogo (donde explicitamos claramente nuestras conclusiones). Es posible hacer un sumario al final de cada episodio o al final de la presentación, de modo que facilitemos a la memoria la retención de los precedentes que nos llevan a la conclusión.

7. Si no tiene un argumento claro no utilice el Power Point para decirlo.

8. Si utiliza datos, estadísticas o diagramas recuerde que los umbrales de relevancia que éstos procuran son elementos decisivos de una argumentación, por lo que deben ser claramente visibles. A menudo esto implica eliminar la opción de copiarlos de Word y simplemente añadirlos a la presentación, o de utilizar las gráficas que están disponibles en el programa: si se hace preciso, es mejor elaborar de nuevo los gráficos sobre el programa con las herramientas de dibujo de un modo que se ajuste directamente a nuestras necesidades y las del auditorio.

9. No permita ningún efecto, tipo de fondo o de transición (entre láminas) que no esté directamente relacionado con el tema que se está exponiendo. Recuerde que cada uno de estos efectos desempeña un valor metafórico y por tanto incide en la índole cognitiva de la presentación

10. Permita y faculte a la presentación para desarrollar los elementos necesarios para la mejor comprensión del tema, esto incluye la posibilidad de desarrollar sinécdoques, metáforas, metonimias, ironías, ritmos, etcétera (son el instrumental de la retòrica antigua) en la secuencia argumental.

11. Combata al Power Point con el propio programa. De hecho usted debe lograr que el auditorio se olvide de que está viendo un Power Point y se concentre en el tema y en el expositor. Esto a menudo lleva mucho trabajo pero redundará en una confiablidad y una credibilidad que el auditorio agradecerá.

12. No desconsidere los elementos de la profundidad, la espacialidad, la sonoridad y la plasticidad en la presentación. Es posible por ejemplo pensar en las dimensiones de la pantalla y su relación con el auditorio como insumo para expandir y profundizar en la percepción de las ideas.

Bueno, las recomendaciones podrían ser muchas otras, pero dependen de cada necesidad. El instrumento llamado Power Point puede ser un interesante apoyo a las condiciones cognitivas de una exposición, como también puede ser enormemente nocivo para el aprendizaje. Hasta ahora las experiencias han merecido una gran cantidad de críticas. Como señala Kjeldsen, el autor que antes citamos, el asunto recuerda aquellas palabras de Aristóteles donde caracterizaba a la retórica como una tejné amoral (la gente puede usarla para cualquier cosa), cosa que se reafirma en las propias palabras de Peter Norvig, creador del programa, quien al responder a los cuestionamientos que se hacen sobre las consecuencias ampliamente negativas de su invento, decía:

“No es el Power Point el que mata a la enseñanza y el aprendizaje. Son los maestros y lectores los que lo hacen. Pero hay que reconocer que usar el Power Point es como tener a disposición una ametralladora AK-47 en el escritorio: usted puede hacer cosas terribles con ella” (Norvig, citado por Kjeldsen, obra citada, p. 15)


En la imagen: ejemplo de una Presentación en Power Point de Antonio Rivera donde se explicaban claramente conceptos de la teorización retórica del diseño. El autor se sirvió del esquema como apoyo para hacer una exposición oral del argumento, y la imagen ayudaba poderosamente a ordenar en la mente lo que se estaba explicando. Obsérvese el contraste, la calidad de la tipografía y la limpieza del esquema (realizado sobre la lámina con las herramientas del dibujo del programa). Para hacer la presentación el expositor acudió a la ayuda de un diseñador gráfico, trabajando ambos coordinadamente.

viernes, 25 de julio de 2008

Persuasión en riesgo: el argumento por analogía

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Justo donde la ciencia y la ley tienen su límite, y persiste la necesidad de invocar valores u opiniones para movilizar al ciudadano hacia una determinada acción, comienza la actividad retórica. A la tarea de procurar razonamientos encaminados a favorecer una cierta convicción (y por tanto una cierta conducta) llamamos argumentación. Una de las formas recurrentes en el arte de argumentar es el razonamiento por analogía. La analogía se utiliza cuando un tema en particular se mantiene en discusión y se recurre a un ejemplo equivalente para que, una vez asumida la validez de la relación proporcional, califiquemos al tema en el sentido que parece corresponderle según la equivalencia propuesta. Es decir, la fórmula de la analogía postularía una proposición donde se acepte que A es a B como C es a D.
En su Tratado de la Argumentación (Madrid, Gredos, 1994) Chaim Perelman evoca a Aristóteles para mostrar cómo funciona una analogía, tomando una cita de su Metafísica, donde el estgirita dice:

Pues el estado de los ojos de los murciélagos ante la luz del día es también el del entendimiento de nuestra alma frente a las cosas más claras por naturaleza.

Es decir, el texto explica la naturaleza fundamentalmente ciega del entendimiento a partir de comparar la mirada que nos provee nuestra alma con los ojos de los murciélagos. Pero Perelman explica también que históricamente se ha tenido a la analogía como un caso débil de prueba, como un artificio que nos provee, en todo caso, de una hipótesis posible, ya que aún falta que el auditorio conceda credibilidad a la proporción enunciada. De ello se desprende la conclusión inicial de que la analogía sirve por ejemplo para dar una mayor visibilidad al razonamiento propuesto, pero la analogía debe ser verosímil, creíble, para tener buen efecto. Para desglosar mejor el problema, Perelman divide la analogía en dos partes, una que se llama tema (la relación A y B, es decir aquello de lo que se habla) y otra que se llama foro (la relación B y C, la relación a través de la cual se habla), siendo la analogía el intento de hacer legítima una aseveración mediante la aplicación del foro al tema (lo que nos recuerda a su vez la enorme importancia que tiene la teatralidad del asunto). Siguiendo esta breve teoría, una analogía tendría que pasar entonces por varias secuencias, una donde concedamos que existe legítimamente una relación lógica entre A y B (por ejemplo que el alma nos hace ver cosas) otra donde concedamos válida la relación entre C y D (que sepamos previamente que los ojos de los murciélagos son ciegos a la luz) y otra mas donde concedamos que a través de una se puede comprender la otra, es decir, que el foro tiene la suficiente equivalencia con el tema para dar cuenta de él. Podemos argüir que la analogía sirve no tanto para probar una cosa, sino para entender lo que el filósofo está tratando de decir, sin embargo veamos que la lógica de la exposición está normada por la voluntad implícita de ganar la adhesión del lector, pues ninguna explicación se hace sin el ánimo de persuadir, o sea, aspira a que otorguemos crédito a sus palabras.
Difícil es pues la prueba de la analogía, sin embargo los hombres la utilizan sin cesar, ya que siempre son muchos lo asuntos humanos que ameritan el uso de esta muleta, ya que en efecto en el negocio humano muchas cosas no son evidentes y se requiere de profundizar en los razonamientos.
Veamos sin embargo el caso de una analogía en la que el orador tiene confianza en su aplicación del foro al tema y donde, sin embargo, el público no otorga la menor credibilidad, es decir, el caso de una analogía fallida, que es desde luego interesante retóricamente. Me refiero a la argumentación que se ha tratado de establecer en las películas en DVD donde, a través de una corta historia, se nos exhorta a no alentar a la piratería (no comprar películas piratas). Al menos en México, esta historia (que intenta enseñar por analogía) abunda en las películas DVD que rentamos y compramos. Los dispositivos digitales nos obligan a verla porque el menú del disco no aparece sino hasta que nos hemos agotado la paciencia teniendo que soportar este breve corto.(Recién he leído que también en Chile esta historia aparece en los DVD con iguales resultados. Dice Alejandra Toro en su blog, a propósito de ese corto: “Lo he visto más de diez veces y la reacción del público siempre es la misma, risa, aburrimiento, desinterés, comentarios de “otra vez lo mismo“, pero nada de “esto tiene razón, desde ahora no voy a comprar ni piratear nunca más una película”, véase el blog http://revistalapagina.com/2007/11/09/¿dejaremos-de-ser-piratas/?cp=1)

En esta historia un ama de casa llega cansada de su trabajo, y celebra ante sus hijos que ha comprado una película pirata por un precio muy económico. La familia (abuela incluida) le reprocha que esa película es robada, y ella dice “No la robé, la compré”. Posteriormente su hijo se sale a jugar con sus amigos, y la madre le recuerda que tiene que estudiar. El hijo dice “no hace falta, ya conseguí el examen”. ¿Lo robaste?” dice ella. “No lo robé, lo compré” responde. Y entonces la otra hija impulsa para nosotros la analogía, dice “Como tu película”. Después de ello, y con una música de piano muy sentimental, el corto termina con la sentencia “La películas piratas se ven mal, pero tu como padre te ves mucho peor. ¿Qué le estás enseñando a tus hijos”.

Este corto sin embargo no gana adhesión alguna y más bien provoca la sorna de los usuarios. ¿Porqué? La primera respuesta es: porque se ofrece como castigo simbólico a una práctica que no se hace con el fin de lesionar la moral familiar sino de resolver la carencia de recursos para comprar las películas nuevas. Segundo, por que la analogía no es comparable (nadie se sabe en delito por comprar un material del cual están llenas las calles como sí se sabría por robar un examen) Tercero, porque las familias han aprendido a hacer trampa a los comerciantes del mismo modo que los comerciantes les han aprendido a hacer trampas a ellos. Es decir, ello tiene que ver con el propio ethos del orador (quien debe antes tener credibilidad como interlocutor para hacer analogías) y finalmente porque hay alguna afirmación que no es verificable: las tecnologías hacen que las películas copiadas no se vean mal, más bien ya es muy posible que se vean bastante bien. Y a ello podemos sumar el hecho de que la invención de las tecnologías digitales estarían desdibujando las ideas tradicionales de derechos de autor sobre las que se cimentaron muchas empresas, y son ellas, a decir de los economistas, las que tendrían que aprender a moverse en este nuevo escenario donde todo es transitable, todo está on line. Así lo demostraron también los grupos de rock que lanzaron sus últimos discos sin vender copias, colocando sus canciones en internet: su negocio está ahora en los conciertos en vivo, y gracias a ese gesto les va muy bien. De manera que tenemos ahí una analogía que no funciona, en principio por la falta de investigación sobre las motivaciones de los usuarios y también por la falta de comprensión del contexto en que la situación se da.
Sin embargo ahí está el recurso de la analogía, siempre un dispositivo que se busca para afrontar las controversias, recurso que se encuentra irremediablemente adosado a las circunstancias sociales y al ethos de los oradores. No poca cosa.

martes, 15 de julio de 2008

Una tribuna electrónica para la persuasión: la televisión

A televisão me deixou burro, muito burro demais,
Agora todas as coisas que eu penso, me parecem iguais…
(Televisão, canción del grupo Titãs)


Con todo y que la televisión es un instrumento comúnmente satanizado como uno de los medios que más unilateralmente plantea discursos hacia las masas, produciendo ese sesgo de la cultura popular donde los hábitos más conservadores, las éticas más pseudoinformativas y los hábitos más descaradamente consumistas dan forma a ese discurso que ocupa un lugar central en los hogares a través de la pantalla –dando lugar al conocido apelativo que se refiere a ella como “la caja idiota”- lo cierto es que las herramientas retóricas de que dispone esta tecnología no son insoslayables de ninguna manera. La televisión permite el desarrollo del discurso oral, de la sincronización texto-imagen, del montaje y el manejo del tiempo-movimiento como cualidades elocutivas, de la transmisión en directo, del despliegue de lo fantástico, lo documental y lo narrativo, además del poder de ser ubicua, cómoda y sencilla de recibir. En su desarrollo la hemos visto acceder al color, a su nueva sintaxis a partir de la invención del control remoto, a su asociación con el sonido ecualizado, al tránsito de la antena al cable –que modifica sus programaciones- y últimamente a su sorprendente adelgazamiento y calificación plástica con el surgimiento de las pantallas planas de alta definición. Sin duda la existencia del internet, del celular o de el DVD le imponen retos importantes, pero no por ello deja de ser aún el recurso de comunicación más amplio y popular del mundo y el mejor instrumento donde la belleza de las mentiras y las proezas de la mistificación puedan ser tan sofisticadas y consistentes, alcanzando por ello a definir buena parte de los lugares de pensamiento de las comunidades políticas y civiles. Sin duda la televisión permite a la vez desarraigar al sujeto (confrontándolo con escenarios cambiantes, disparados, provenientes de una y mil latitudes) como controlarlo, ya que a pesar de todo su discurso es categorizante, estructurante, alineado.

El orador televisivo tiene pues casi a su merced a un gran público, pero el público puede contar también con inteligencia, refutar, descreer, pero enterarse… hay usuarios privilegiados que la ven no para saber qué pasa sino para saber qué quieren que creamos que pasa, y entonces el discurso televisivo, como todo orador, se ve obligado a argumentar, a modular la gramática de las emociones que pone en juego, a empeñarse en renovar sus lenguaje. Un televidente con inteligencia –no sólo universitaria o académica- se dará fácilmente cuenta de que el slowmotion aplicado a un futbolista más bien maleta es un exceso innecesario, que la prominente “cultura” de un señor como Sergio Sarmiento (el comentarista instruido de la televisión comercial en México) es más bien pretensión fallida o que una telenovela es una historia que casi siempre se repite con intenciones moralizantes y que rige en ella la lógica de los negocios y de la conservación de los status clave. Y también se dará cuenta de cuando un anuncio publicitario o una caricatura están bien hechas, que argumentan correctamente y que obtienen por ello una credibilidad legítima.

La televisión no es una falseadora de conciencias de forma inherente, sino que se formó así de acuerdo a modos de invención históricos, hechos por personas específicas con intereses específicos. De hecho la aportación que la retórica puede hacer en este terreno es señalar que en este como en cualquier otro medio los procedimientos de invención están abiertos y su acción en esta o en cualquier otra dirección es posible, depende del entramado democrático (o antidemocrático) que exista entre un Estado, sus empresas y los ciudadanos, que es de donde surge la política de las concesiones y por ende la índole de los contenidos. Este punto, por fortuna, acaba de ser muy bien expuesto en una de las mesas de discusión que organizó el Canal 22 -uno de los llamados canales culturales de la televisión mexicana- para analizar el futuro de los medios. Se trata de la mesa titulada “Creatividad y medios”, en la que Epigmenio Ibarra por ejemplo expuso una idea central: que la televisión mexicana fue moldeada primero por la experiencia de la radio cubana (dando forma a nuestros hábitos orales ante los medios) y después por el modelo de televisión norteamericana, los cuales han supuesto una paralización negativa en la imaginación con la que construimos los formatos. Y luego- dijo- hemos incorporado el peor de los modelos europeos, copiando apenas los formatos de entretenimiento de la televisión española, de modo que nos hemos asociado con lo más pobre de la cultura televisiva mundial y hemos recibido poca influencia de otros modelos como el alemán, el inglés (la BBC de Londres sería el caso paradigmático) y algunas experiencias muy sugestivas de la televisión brasileña, por ejemplo. Se señaló claramente el problema retórico que ello implica cuando, por ejemplo, concebimos los programas “culturales” como el acto de invitar a un pintor, escritor o crítico a platicar de lo que hace, no a apropiarse del formato televisivo e intervenir en su sintaxis. Nuestros programas culturales son de “cabezas parlantes”, con lo que no pueden competir con las elaboradas secuencias que desarrollan los programas de entretenimiento.


Sin embargo ello no significa que para la televisión la cultura sea “aburrida”, más bien se trata de mostrar los contenidos inteligentes apropiándose de las posibilidades de la imagen y el lenguaje televisivo. La presencia de un escritor como Juan Villoro en esa mesa ayudó a abundar en esta idea: el problema de la televisión cultural es el lenguaje con el que se habla la cultura, es decir – entendemos aquí-, es un problema retórico, un problema de invención, disposición y elocución, no sólo de raiting (que no es sino un resultado, decisivo ciertamente, y por ello intervenible). Y debe quedar claro que no se trata de que Televisa contrate ahora a Carlos Monsiváis o a Alí Chumacero para hacer los guiones –Televisa no tiene remedio-, sino más bien de que el Estado se responsabilice del enorme papel educativo que tiene un medio como este y organice una televisión que pueda producir inteligentemente y con alto presupuesto programas que nos hagan palpables los mejores elementos de cultura literaria, pictórica, diseñística, musical, científica etc., que son mucho más ricos y sugestivos de lo que imaginamos.
Un ejemplo brillante son las producciones de la BBC de Londres, quizá la mejor televisión en términos de guión, producción, postproducción y difusión cultural. Los ingleses se dan el derecho de que las mayores inversiones se den en provecho de aprender espectacularmente. Programas como Conexiones, o La historia de la sensualidad prohibida o Eres Bebé, producidos por la BBC y transmitidos alguna vez por canal Once de México (hasta antes de la llegada de Vicente Fox a la presidencia) mostraba eso: altas experiencias de interacción entre imagen, narración y montaje para abordar temas de alto interés con resultados más altos que lo acostumbrado. En La historia de la sensualidad prohibida la cámara avanzaba hasta el interior de una abadía medieval donde un investigador había descubierto que la pornografía apareció por primera vez en los libros de horas que usaban los curas cristianos, libros que estaban ilustrados con miniaturas sugestivas con escenas sexuales, para su entretenimiento. Mirábamos a la Iglesia como la sede del surgimiento de la pornografía con una excelente calidad de imagen, de sonido, de música, de narración y de montaje. Es un ejemplo solamente: la televisión puede ser inteligente y bien hecha. Y todas las civilizaciones pueden hacer producciones calificadas sobre la infinidad de temas que son relevantes en el mundo. Por cierto, las escuelas de comunicación normalmente no enseñan cómo hacer eso: no hay una enseñanza retórica sobre los medios, por eso no formamos cuadros capaces de hacerlo. Bueno, eso nos lleva a la propia retórica de la educación, que merecería un artículo aparte. Por lo pronto queda dicho, para todos los habitantes de ciudades y pueblos: la retórica de la televisión no es soslayable y la caja no es la idiota, sino en todo caso los que la producen.

En la imagen: Un libro de estudio sobre las imágenes eróticas medievales de la tradición inglesa, tema hecho público por la productora de televisión BBC de Londres.